Wednesday, December 2, 2015

Gerónimo iba a ser doctor

Murió un dos de diciembre. 

No sé si lo correcto es decir "se llamaba", "se llamó" o "se llama", ¿por qué "se llamaba" si no cambió de nombre? ¿por qué "se llamó" si aún hay un cadáver presente? ¿por qué "se llama"? ¿acaso los muertos llevan consigo el nombre hasta otra vida?

Murió un dos de diciembre quien en vida se llamó José Gerónimo Mateo Madrigal. 

Fue mundialmente conocido como pintor y muralista: ganó premios, viajó incontables kilómetros, realizó exhibiciones en México, Europa y Estados Unidos. 

¿Y? Todo eso se puede leer en las biografías, se puede encontrar en las notas informativas. Claro, sí, se pierde un gran talento, los homenajes no se harán esperar, estuvo comprometido con la cultura purépecha, cualquiera que conozca su obra puede decir algo de eso. ¿Qué se puede decir que no se sepa ya?

Bueno, Gerónimo iba a ser doctor.

Pero hay que empezar por decir que él nació en un lugar llamado San Jerónimo Purenchécuaro cuando Lázaro Cárdenas era presidente. La gente del pueblo cuenta que alguna vez el presidente huía, y estando en la región, un purenchecuarense lo ocultó y le dio de comer. Lo salvó. En agradecimiento el presidente mandó abrir una escuela primaria en aquella comunidad.

Puede ser que esa historia sea mera invención

Lo cierto es que la primaria existe y a ella acudieron principalmente habitantes del propio poblado, entre ellos, Gerónimo. 

La escuela y la carretera abrieron posibilidades de un futuro que hasta entonces había sido insospechado, el destino se convertía en algo maleable, había que arriesgarse a salir, a exponerse a burlas, a perderlo todo, pero la recompensa era seductoramente prometedora.


La mamá de Gerónimo se llamaba Natividad. No era una mujer del montón. Ella fue a Morelia, preparó, vendió, se esforzó, volvió a hacer y así persistiendo constantemente durante incontables días logró apoyar a su hijo para que estudiara.

Gerónimo iba a ser doctor. Él también hacía su parte: estaba inscrito en la universidad, tenía los libros, asistía a clase. Y después... 

¿Después?

Varios cuartos de vecindad habían pasado bajos sus pies, a veces tenían comida porque lo preparado no se había vendido, los libros de medicina nunca han sido baratos. 
Algo debió  haber pasado, ¿qué vio? ¿qué hizo? ¿con quién habló? ¿Qué tan fácil fue para Gerónimo decirle a su mamá lo que realmente quería hacer? ¿Cómo hizo Natividad para aceptar y respetar la decisión de su hijo? 

Sólo son preguntas al aire

Cualquiera puede hablar del gran legado que dejó para la pintura, de su técnica, del color, los temas. Pero, ¿quién podrá decir lo que su ejemplo significó en las vidas de otros? De nosotros, sus paisanos, sus parientes, otros purépecha.
No es que sea necesario encontrar una moraleja, pero al ver su vida se nota que vale la pena seguir los sueños, que no hay que rendirse a pesar de las circunstancias, que el lugar de donde venimos es irrelevante pero siempre hay que tener nuestras raíces presentes.

Tuesday, January 8, 2013

Irse

Hay días, como hoy, en los cuales realmente me cuesta trabajo entender que la gente no vino al mundo a cumplir mis expectativas, que tienen su propio camino, sus decisiones, buscan las cosas que los hacen felices... el hecho de que yo me sienta al margen de ello es cosa que, seguramente, yo me busqué.

Cuidar de otros, ver por su bienestar es una manera de amarlos. A veces, uno simplemente se va porque ama: Ama a los otros o se ama a sí mismo.



Wednesday, January 2, 2013

La noche en que morí

Claro que recuerdo la noche en que morí.
Todos los que morimos, lo sabemos. Tú, pequeña niña, aún estás viva, pero cuando sea tu momento te sucederá igual.
La muerte pasa como cualquier otra cosa: ir al cine o al zoológico, es decir, lo vives y después se convierte en algo que puedes recordar.
Lo que no te sabría decir es cómo es que tú me escuchas y otras personas no, sin embargo, con gusto te contaré cómo fue.

Verás, antes del atardecer había ido a las afueras de la ciudad. Estacioné el coche junto a la carretera, me recargué sobre la portezuela del copiloto, tomé la cámara que llevaba guardada en el morral que colgaba de mi hombro izquierdo.
Busqué un ángulo.
La magia comenzaba a suceder. Hice algunas tomas.
La que más me gustó fue una en la cual las nubes dibujaron difuminadamente la figura del signo "menor que", la cual se apreciaba un fondo entre dorado y naranja, sobre el cual se posaban los signos en tono inconsistentemente oscuro.
Justo bajo los signos, observé una especie de línea cuyo lado derecho era marcadamente de color amarillo intenso, a partir de la cual, hacia la izquierda se tornaba en una mezcla entre color naranja y mandarina.
Bajo ese color estaba la sombra de la cima de un cerro acompañada de nubes neblinadas. A la derecha, un pequeño espacio de neblina y, después una gran circunferencia, sobre la cual se podían apreciar en la punta el color blanco, seguido de un amarillo intenso, mandarina y durazno. A su derecha un poco más de montes y niebla.
Bajo el disco irregular, un espacio rojinegro.
Y finalmente una línea de sombra en la base.
Hice algunas tomas más.

Después me quedé recargada en la llanta trasera frente al paisaje. Conforme la noche calló fui observando la foto y el contraste con el cambio de escenario.

De pronto sonó el celular. Un recordatorio de la reservación para cenar esa noche.

Encendí el motor y conduje rumbo al estudio. Cuando llegué, Penny todavía estaba trabajando. Pregunté por sus planes. Le expliqué mi idea. Se ofreció a revelar las fotos por mí.

Fui a casa. Me duché. Sequé y acomodé mi cabello. Lo dejé suelto, sin broches.
Saqué el vestido del clóset. Mire nuevamente las flores de terciopelo, toqué las hojas. Me gustaba que fuera todo negro. Sonreí. Lo dejé sobre la cama. Me dirigí al tocador pensando que sería mejor que el maquillaje fuera discreto.
Terminé de dar luz a mi cara. Y tomé entre mis manos, recordé el arqueo de cejas de la vendedora mientras pronunciaba las palabras "escote be profundo", volví a sonreir.
Cuando me lo puse hice una cara de orgullo. La falda acampanada me iba bien.
Dudé en cubrir los tirantes con una chalina. El clima era agradable. Opté por no llevarla. Calcé las sandalias, tomé las llaves del coche. Casi llegaba al estudio cuando recordé que había olvidado la cartera.

Las luces estaban apagadas. Penny se había ido. Me había dejado la foto dentro de un marco sobre el cual había un moño, junto a una nota. "Diviértanse! Felicidades!! (No me debes nada del marco, pero del moño sí te cobraré: quiero detalles de toooodo)"

Penny era una chispa de vida que tocaba el corazón de cuanta persona la conocía. Sonreí al leer su nota, vi la hora en el reloj de la pared y me fui. 

Llegué a tiempo. Pregunté por mi reservación. La respuesta que tuve fue: "Ya la esperan, señorita". Mi corazón latió aceleradamente.

Caminé hacia afuera de la nave central, por el andador. Rodeando la estructura, fui contando los números, me detuve en el mío.
Observé el camino formado por dos hileras de cinco  pequeñas lámparas solares.
Al final, estaban tres macetas, quizá hasta las flores estaban acomodadas simétricamente.
Tras ellas, se alzaba el techo de jardín, que a mí me parecía de estilo tradicional japonés, pero todo en madera, de color natural.
A esa estructura la rodeaba íntimamente el verde: árboles, arbustos, discretas flores fucsias. Un par de luces junto a los troncos, que hacían buen juego con la cadena de cuatro tiras que se desprendía del centro del interior del techo.
Bajo el cual se encontraban dos sillas de mimbre. Pensé que las cuatro patas debían enterrarse con firmeza sobre el césped, igual que lo harían mis tacones conforme me fuera acercando a la mesa.

Y ahí, en una de ellas, de espaldas a mí, estaba él. Vestido coqueta y elegantemente.

Puse mi palma derecha sobre su hombro izquierdo. Giró su cabeza sonriendo, levantó el mentón. Se puso de pie.
Ciñó la tira central de mi vestido con sus manos.
Se acercó a mi oído. "Estás exquisita", me dijo.
Sonreí y me ruboricé al mismo tiempo. "Gracias", respondí. E hice una pequeña referencia.
"Es para ti", dije extendiendo mi mano. Tomó el marco en sus manos, "Es extraordinaria", exclamó. Si no conociera tu trabajo, pensaría que estoy viendo algo que sólo existe dentro de la imaginación de alguien.
"No exageres, sólo es linda", dije modestamente.
"Tienes razón", respondió "La foto sólo es linda, en cambio tú eres hermosa, preciosa, magnífica, aquí el tesoro eres tú"
Reí.
"En ese caso, el tesoro es lo que tenemos juntos", corregí.
"Ah, claro, no te pongas ruda", se sonrrojó.
"No me pongo, sólo digo que así me parece", volví a sonreír.

La cena fue deliciosa. El servicio era eficiente y discreto. La conversación había sido animada y hasta cierto punto jocosa.

De pronto, su rostro se puso serio. "Necesito que te levantes porque tengo algo que decirte, pero quiero decírtelo al oído".
Abrí mis ojos, la sorpresa me invadió.

Pensaba que, después de un año de relación formal, aquel sería el día en el cual Davor diría me expresaría su deseo de contemplar las estrellas junto a mí y, después ver salir el sol a mi lado, uno y todos los días.
Ojalá no me hubiese vuelto presa de esos pensamientos. Mucho me he reprochado no haber estado atenta a lo que pasaba en la nave central del restaurante. Es verdad estábamos un poco alejados, entre metidos en el bosque... pero de me he preguntado si verdad no se escuchó nada, ¿cómo no intuí lo que sucedía?

Cuando me di cuenta abrupta y silenciosamente llegaron tres sujetos con pistolas en mano. A mí me parecieron martillos o taladros con las brocas puestas, pero alcancé a escuchar que Davor farfulló "Micro uzi".

La tristeza que sentía debió haber bloqueado mi producción de adrenalina. Estaba concentrada en mis pensamientos. Estoy segura que llegaron y pusieron pistolas apuntando hacia nuestras cabezas.
Por las lágrimas en mis ojos podría no haberme dado cuenta nunca de su presencia; así que, me hice consciente del arma cuando Davor dejó de abrazarme.
Me costaba trabajo darme cuenta de lo que pasaba del otro lado de la cascada de mis ojos.

Uno de los sujetos me golpeó en el estómago. Tardé un poco en darme cuenta que Davor también había sido golpeado. Todos me miraban.
"Que me des tu cartera", me gritó el hombre.

"Nnn-o laa-traa-je", respondí tan fluidamente como me fue posible.
"Qué", me interpeló socarronamente. "Esperas que crea que una mujer puede salir sin bolsa o cartera", inquirió.

Empecé a dejar de pensar un poco en la pena que me embargaba: "De veras la olvidé".

Entonces vi algo que me imaginé que era un ataque de ira. Seguido de lo cual rodeó una de las manos de Davor con la suya. En ella traía algo parecido a un gancho de pesca, pero más grande, ancho y un poco menos curvo. Lo movió hacia donde estaba yo, me moví, otro hombre me abrazó deteniéndome de los hombros.

Davor y el otro sujeto me alcanzaron. Sentí cómo el gancho se incrustó un poco debajo de mi hígado, lentamente avanzó hacia el páncreas, lenta y ásperamente rumbo al intestino, lenta, áspera y pesadamente hasta llegar un poco antes de la pelvis.

Sentía un dolor intenso, profundo, veía el gesto en el rostro de Davor. Creo que se daba cuenta del doble daño que yo experimentaba a causa suya. No sé si de algo habría servido poder decirle que atravesarme el abdomen con el semi gancho era lo que menos me había dolido esa noche.

También hubiera querido decirle que, después de las palabras que había pronunciado a mis oídos, no sé cuánto tiempo más lo habría podido amar intensa, absurda y descontroladamente... como había sido hasta entonces.
 

Como si hubiera estado dentro de una película, empecé a dejar de escuchar lo que me rodeaba, inicié un proceso de ensimismamiento. Y dejé de ver al tercer hombre, al que controlaba la situación. 

Comencé a hilar sus palabras: "Necesito que te levantes porque tengo algo que decirte, y quiero que sea al oído".

Me había levantado aterciopeladamente, un poco asustada por su rostro serio.

Tuvimos una aproximación suave, plumífera, cálida. Mi pecho se posó sobre su torso.

Mis manos tocaron su media espalda, mis yemas se deslizaron delicadamente hacia su área lumbar.
Al instante, sus rojos labios abanicaron una amplia sonrisa dibujando un destello celestial en sus negros y profundos ojos. Mi cara hizo espejo a la suya.

Sus manos subieron a mis hombros, bajaron acariciando mis brazos, llegaron a la cintura hasta el punto en el que nuestros ombligos se quedaron cerca uno del otro y la punta de mi nariz buscó a su homóloga.

Sentí cómo mis párpados se entrecerraron aborregadamente mientras lo miraba y todo se volvía un espiral de adrenalina y amor.
No quise más que ser feliz.

Finalmente sus labios se abrieron. "En unos meses tendré la dicha de ser papá, pero quisiera que lo nuestro no cambiara. Te amo".

Y así, con ese recuerdo en mente, pude ver cómo el sujeto en el restaurante jaló del gatillo, justo arriba de mis ojos. Dejé de sufrir y no he vuelto a experimentar el dolor.

Wednesday, December 26, 2012

Imagino la dicha de ser padre

Imagino la dicha de ser padre. Quisiera alegrarme plenamente, pero sólo pienso en mí.

Recuerdo tus palabras diciendo que soy yo tu razón de querer ser mejor. Sonrío, no lo soy.

Que me amas. Sonrío, no es verdad.

Que me extrañas. Sonrío, estás donde quieres estar.

Percibo el latido traslúcido del día en el que compartas tu vida conmigo; entonces, se me rompe el alma y el corazón.

Wednesday, December 19, 2012

Encuentro

Tuvimos una aproximación suave, plumífera, cálida.
Mi pecho se posó sobre su torso.
Mi blusa hizo contacto con la camisa de su equipo deportivo favorito, sentí la textura algodonada, la pasión y la inocencia fundidas en sus colores.

Mis manos tocaron su media espalda, mis yemas se deslizaron delicadamente hacia su área lumbar.
Al instante, sus rojos labios abanicaron una amplia sonrisa dibujando un destello celestial en sus negros y profundos ojos. Mi cara hizo espejo a la suya.

Sus manos subieron a mis hombros, bajaron acariciando mis brazos, llegaron a la cintura hasta el punto en el que nuestros ombligos se quedaron cerca uno del otro y la punta de mi nariz buscó a su homóloga.

Sentí cómo mis párpados se entrecerraron aborregadamente mientras lo miraba y todo se volvía un espiral de adrenalina y amor.
No quise más que ser feliz.